Antonio Muñoz Molina guanya el Premi Príncep d'Astúries de les lletres 2013
Nada
dura, salvo la ignorancia, y lo más nuevo se vuelve enseguida
obsoleto…Antonio Muñoz molina
La
seva segona obra, titulada El
invierno de Lisboa
(1987), va merèixer el Premi Nacional de Literatura i el Premi de la
Crítica l'any 1988. En aquesta novel·la, l'escriptor va crear un
argument atractiu mitjançant la combinació de diferents elements
agafats del cinema negre, amb referències musicals del jazz. La
següent novel·la, Beltenebros
(1989),
portada al cinema per la directora Pilar
Miró –amb deu premis Goya, inclòs Millor guió adaptat
per ella, Mario Camus
i Juan Antonio
Porto–, és una història ambientada al Madrid de la
postguerra, i basada en una doble traïció al món tancat i
asfixiant de la clandestinitat.
Córdoba
de los Omeyas
i El
jinete polaco (1991) van continuar la seva trajèctoria
literària. Aquesta darrera va rebre el Premi Planeta del
mateix any, i l'any següent el Nacional de Narrativa, així com el
de Traducció. Després va publicar un volum de contes sota el títol
Nada
del otro mundo
(1993), l'estudi Sostener
la mirada, imágenes de las Alpujarras
(1993) i la novel·la curta El
dueño del secreto (1994).
Un any més tard va publicar Ardor
guerrero,
relat crític centrat en les seves experiències durant el servei
militar. Aquell mateix any, va ser escollit membre de la Reial
Acadèmia Espanyola.
Plenilunio,
pubilcada l'any 1997, es considera la seva obra més madura. Es
tracta d'una història d'intriga on el crim és només l'excusa per
caracteritzar, de manera ambivalent, una sèrie de personatges.
Alhora que l'autor fa un diagnòstic de la violència a dos nivells:
la del terrorisme al País Basc, la qual ha tocat de ple al policia
protagonista; i la de les violacions infantils que aquest ha
d'investigar al poble andalús al que arriba, fruit d'un trasllat des
d'Eskadi. Tanmateix, la història d'amor entre el policia i la
mestra, el curs de la investigació i les excrescències argumentals,
les quals tendeixen a subratllar la soledat i l'aïllament dels
personatges, acaben per dominar sobre la dimensió moral.
Les
seves obres posteriors són: Pura
alegría
(1998), un assaig en el qual inclou el seu discurs d'ingrès a la
Reial Acadèmia Espanyola i diverses conferències sobre la creació
literària; Las
huellas de unas palabras
(1999); Carlota
Fainberg (1999)
i En
ausencia de Blanca
(2000).
A
Sefarad
(2001) i La
noche de los tiempos
(2009), la figura del desarrelat, de l'exiliat i del perseguit donen
sentit a aquestes obres. Ambdues responen a una ambició similar de
conjugar l'exploració literària amb l'al·legat o la denúncia
moral, que a Sefarad
concerneix a totes les víctimes dels totalitarismes bàrbars del
segle XX. Muñoz Molina va crear a Sefarad
una estructura narrativa nova composada de 16 històries amb
protagonistes coneguts (Kafka i Milena, Jean Améry, Primo Levi,
Eugenia Ginzburg, etcètera) i anònims que han patit la persecució
i l'exili.
Entre
2004 i 2006 va dirigir l'Institut Cervantes de Nova York, ciutat que
el va portar a escriure Ventanas
de Manhattan
l'any 2004. Des de llavors, combina llargues estades a Madrid i Nova
York, amb la seva dona també escriptora (Elvira
Lindo).
MuñozMolina acaba de guanyar el premi Príncep
d'Astúries de les lletres 2013 per:
"la profunditat i la brillantor amb què ha narrat fragments rellevants de la història del seu país, episodis crucials del món contemporani i aspectes significatius de la seva experiència personal. Una obra que assumeix admirablement la condició d' intel·lectual compromès amb el seu temps."
Exemple
d'aquest compromís és el seu darrer i brillant assaig Todo
lo que era sólido (2013), on l'escriptor fa un recorregut des del franquisme tardà
fins a la crisi actual, la qual amenaça amb portar-se per davant
bona part dels drets aconseguits en les últimes dècades:
Cambiaron las leyes no para hacerlas mejores sino para asegurarse de que podrían actuar al margen de ellas. Y desde luego nunca crearon la carrera administrativa: a los funcionarios profesionales pero no dóciles políticamente los apartaron de los puestos de responsabilidad o los forzaron a marcharse por desmoralización o aburrimiento; y en vez de modernizar la antigua burocracia la sumergieron en una inundación de nuevos puestos clientelares, de comisarios políticos descarados o encubiertos, dependientes siempre del favor del que los nombraba, leales hasta la sumisión, volcados en el servicio al partido o al líder del que dependía su sueldo y no a la ciudadanía que lo costeaba con sus impuestos.
La ruina en la que nos ahogamos hoy empezó entonces: cuando la potestad de disponer del dinero público pudo ejercerse sin los mecanismos previos de control de las leyes; y cuando las leyes se hicieron tan elásticas como para no entorpecer el abuso, la fantasía insensata, la codicia, el delirio —o simplemente para no ser cumplidas.
Pero una administración clientelar no sólo fomenta la incompetencia y facilita la corrupción: también desalienta a los empleados más capaces y vuelve habitual el cinismo. Quien por integridad personal y por vocación hace bien su trabajo comprende que daría lo mismo que lo hiciera mal, e incluso que cumpliendo su deber se gana el rechazo de los que mandan; y si todo el mundo sabe que el mérito puede ser inútil y la mediocridad recompensada, y que en último extremo todo depende del favor político, los alicientes para mejorar la propia tarea serán siempre inferiores a la tentación de la desgana, cuando no del servilismo. Cuanto más politizada esté una administración menos continuidad habrá en proyectos que deberían ser a largo plazo y quedar por encima de la disputa partidista: todo se vuelve un hacer y deshacer marcado por las oscilaciones electorales; lo aprobado pro un gobierno queda en suspenso o es desarbolado cuando llega el gobierno de otro partido; los nuevos cargos aspiran sobre todo a borrar la huella de los anteriores; el dinero y el esfuerzo gastados se vuelven estériles.
Todo lo que era sólido (2013), pàg. 48-49.
“hace
falta una serena rebelión cívica que a la manera del movimiento
americano de los derechos civiles utilice con inteligencia y astucia
todos los recursos de las leyes y toda la fuerza de la movilización
para rescatar los territorios de soberanía usurpados por la clase
política”
(pág. 245).
Font: http://bibliotecavirtual.diba.cat/novela/recorreguts_literaris_anteriors/antonio_munoz_molina
Así
explicó él la esencia de su manera de abordar la literatura, y a
ella responde el estilo y la obra por la que ha sido distinguido con
el premio Príncipe de Asturias de las Letras: “Escribo dejándome
llevar. El propio acto de escribir desata a veces los argumentos y
los recuerdos. La urgencia de comprender y de intentar explicarme a
mí mismo el presente me devuelve fragmentos del pasado”.
1
He aprendido que la ficción no tiene por qué ser la forma superior
de la literatura narrativa. Quizás una novela sólo deba escribirse
cuando no queda más remedio: cuando lo que hace falta decir sólo
puede ser dicho inventando.
2
He aprendido las ilimitadas posibilidades expresivas que contiene el
relato estricto de ciertos hechos: muchas de las mejores páginas de
literatura que he leído en este tiempo pertenecen a libros de
historia, a memorias, a biografías, a textos de divulgación
científica, a artículos o reportajes de periódico.
3
He aprendido las ventajas de sumergirse en otro idioma: en el viaje
de ida se descubre la música propia de otras lenguas y la voz
verdadera de escritores a los que uno creyó conocer bien leyendo
traducidos; en el viaje de vuelta uno se vuelve más sensible a la
poesía implícita en su propia lengua, que antes no siempre
advertía.
4
He aprendido algo que le oí decir a Salman Rushdie en Granada, en
1995: mientras escribe una novela un escritor de prosa debe leer
mucha poesía, para aprender de su disciplina verbal y no dejarse
llevar por la autoindulgencia palabrera. En la poesía se aprende
precisión.
5
He aprendido a desconfiar del estilo, que cuando no es sino el sonido
singular de la propia voz puede convertirse en una colección de
muletillas, automatismos y parodias de lo que uno mismo ya ha
escrito.
6
He aprendido que uno debe desconfiar de sus facultades, reales o
presuntas, y sacar todo el provecho que pueda de sus limitaciones.
7
He aprendido que escribir es empeñarse y es dejarse llevar en la
misma medida en que es contar algo que se sabe y también aventurarse
en lo que no se sabe y no habrá manera de que llegue a saberse si no
es mediante la escritura misma.
8
He aprendido que la percepción del lector común aficionado a la
literatura tiende a ser más aguda y más libre de prejuicios que la
de la media de los expertos, críticos o profesores.
9
He aprendido que los prejuicios y los malentendidos lo influyen a uno
mucho más de lo que cree, de modo que hace falta estar en guardia
siempre contra ellos: quizás si Virginia Woolf no hubiera sido una
mujer yo no habría tenido que llegar a los cincuenta años para
descubrir la radicalidad estética y la hondura humana de novelas
como Mrs.
Dalloway
o To
The Lighthouse.10 He aprendido que por muchos años que uno cumpla y mucha familiaridad crea tener con la literatura siempre está haciendo descubrimientos jubilosos que lo deslumbran, como un geógrafo o un explorador al que le fuera dado descubrir una nueva montaña, un nuevo continente: así encontré hace unos años Vida y destino, de Vasili Grossman, que era como un Everest en el que casi nadie hubiera reparado, o Under the Volcano, que debí haber leído cuando era más joven, pero que tal vez por la edad a la que llegué a ella me hizo una impresión todavía más profunda.
11
He aprendido que en la música o en la pintura -y en la fotografía,
y en el dibujo- se contienen lecciones fundamentales para mi oficio
de escribir: en la música un sentido de la composición y del flujo
del tiempo que organiza el relato de una manera más flexible y menos
evidente que la trama argumental; de la pintura, una disciplina de la
observación y el espacio. En el dibujo y en la música de jazz hay
un aprendizaje específico, o tal vez sólo un propósito: el
instante atrapado en un instante; el acto mismo de la escritura como
momento supremo, presente soberano que no existía antes ni será
posible, al menos de la misma forma, un minuto después.
12
He aprendido que los únicos estimulantes que necesito para escribir
están dentro de mí mismo, en la orgía electroquímica de los
neurotransmisores que combinan súbitamente imágenes del recuerdo o
de la fantasía en un sueño lúcido. Por comparación con esa
efervescencia el efecto de cualquier droga, de la nicotina o del
alcohol es una bagatela, un gasto inútil de energía física y
mental.
13
He aprendido que el ejercicio físico y las tareas prácticas ayudan
a que se dispare la imaginación y a que las ideas, las imágenes,
las conexiones, las palabras, surjan más velozmente. Gracias a la
ebriedad de oxígeno de una carrera o de una buena caminata o a la
atención alerta y la multiplicidad de pequeñas tareas necesarias
para cocinar un arroz he inventado personajes o situaciones o giros
argumentales que de otra manera no habrían surgido.
14
He aprendido que una parte muy grande del trabajo de escribir un
libro se ha ido haciendo sin que uno se diera cuenta mucho antes de
que comience la escritura. El proyecto de una novela o de cualquier
texto narrativo sólo vale algo cuando es el resultado de la
cristalización de experiencias, lecturas, imágenes, recuerdos,
deseos, que de pronto se hacen visibles y se vinculan entre sí como
en un mapa de conexiones neuronales.
15
He aprendido que ninguna vivencia, ninguna historia, es en sí misma
tan particular o tan local que no pueda hacerse universalmente
inteligible; y también que nada hay tan provinciano como ciertas
formas enfáticas de cosmopolitismo.
16
He aprendido que en cada generación hay un cierto número de
escritores jóvenes que llegan a convencerse, con la ayuda de algunos
periodistas y críticos, de que su juventud no es un hecho
transitorio y bastante frecuente, sino un rasgo absoluto de
originalidad y talento.
17
He aprendido que de todos los personajes que inventa un novelista el
menos sólido, el menos verdadero, el más convencional, suele ser el
personaje público en el que se convierte a sí mismo.
18
He aprendido a convivir con la inseguridad y con el desaliento, con
la incertidumbre irremediable sobre el valor de lo que he hecho, con
la vulnerabilidad ante los juicios negativos y la sospecha de que
puedan ser menos infundados que algunos elogios.
19
He aprendido que nada más terminado un libro ya empieza a
convertirse en un remordimiento que unas veces se cura con el tiempo
y otras no, y para el que solo existe el antídoto de empezar otro
libro en el que será posible no cometer los mismos errores: si hay
suerte, se cometerán errores distintos.
20
He aprendido que todo lo que me gusta me gusta todavía más que hace
veinte años: escribir, leer, mirar cuadros o películas, escuchar
música, pasearme por las ciudades que amo, estar cerca de las
personas queridas, acordarme de las que se fueron, que a veces
vuelven en los sueños; y me pregunto qué cosas que ahora ni
sospecho aprenderé si vivo otros veinte años, qué historias de las
que ahora no sé nada surgirán en la imaginación y se convertirán
en libros, no necesariamente novelas, libros que se parezcan tan poco
a los que he escrito ahora como mi vida presente a la de hace veinte
años.
Font:
La
lectura enseña tanto como el ejercicio de la escritura
Antonio Muñoz Molina
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