MURS DE PARAULES
Des de l’any 1997, el 24 d’octubre se celebra el Dia Internacional de la Biblioteca, en record de l’incendi de la
biblioteca de Sarajevo durant el conflicte dels Balcans. Després d’aquest atac,
l’incendi va ser qualificat de memoricidi,
per la destrucció de la memòria i del tresor cultural que albergava aquest
espai.
Aquesta commemoració es fa amb la
intenció de ressaltar la importància de les biblioteques. L’objectiu és donar a
conèixer-les: els seu fons, els seus serveis i les seves activitats, però també
remarcar la funció de la biblioteca com a espai de trobada entre persones de
totes les edats amb la cultura, i com a lloc de formació i de convivència.
Biblioteques
públiques, privades, universitàries, especialitzades, escolars, nacionals,
mòbils ... Totes elles alberguen grans tresors, i destruir-les o no protegir-les,
que ve a ser el mateix, és un memoricidi a petita o gran escala.
I una de les millors maneres de protegir-les és donar-les a conèixer, obrir les
portes, mostrar els seus racons més amagats, extreure les seves documents dels
freds prestatges i posar-los en mans dels lectors. I, sobretot, parlar i fer
que es parli d'elles.
Cada any s’encarrega a un escriptor
i a un il·lustrador la redacció d’un pregó i el disseny d’un cartell per aquest
dia. Aquest any han estat escollides dues dones: la escriptora Ledicia Costas i
la il·lustradora Elena Odriozola que han creat el següent:
Una
luciérnaga es una isla perdida en la noche más densa. Cien luciérnagas, una
constelación misteriosa que marca el rumbo hacia otros universos. Así, con esa
estrategia de luz, se organizan los libros que moran en las bibliotecas. Son
caricias fosforescentes que incendian los sueños y recomponen los corazones
grises hasta hacerlos recobrar su color rojo brillante. Cualquier individuo que
padezca el síndrome del corazón gris, debería ponerse en manos de un experto y
visitar una biblioteca.
Para
escribir un libro, además de hacer malabarismos con las palabras hay que ser
una desvergonzada o un loco. Un atrevido, una excéntrica descontrolada. Llevar
un calcetín de lunares, otro de rayas y los pelos de punta. Una cresta como las
que lucen las cacatúas sería un peinado muy interesante para un escritor. Solo
las mentes más disparatadas son aptas para escribir libros. Pero para
custodiarlas no es suficiente con tener un desajuste en los cables cerebrales.
Es indispensable ser de fuera. Un extraterrestre. Las bibliotecas albergan
seres con antenas giratorias, cerebros millométricos que memorizan
títulos rebuscados, rimbombantes, campanudos. Las personas que custodian libros
siempre me han parecido criaturas singulares. Están dotadas de extremidades
retráctiles que estiran y estiran hasta alcanzar aquel volumen al que parecía
imposible acceder. A continuación, como si nada, se recomponen y todo vuelve a
su posición natural. Parecen seres humanos, pero a poco que les observes
percibirás que no son de aquí. Una de las cosas que más me fascina de los bibliotecarios
es su cerebro. ¡Me parecen tan listos! Los libros fabrican pensamientos. Pasar
tantas horas dentro de una factoría de ideas es bueno para tener un corazón
rojo y brillante y una cabeza repleta de planes fantásticos.
Alguien
me han contado que el 24 de octubre es el Día de la Biblioteca. Sería genial
organizar una fiesta con confeti y pompas de jabón. Celebrarla por todo lo
alto. Me encantaría vestirme para tal ocasión como el personaje de algún libro,
sentarme en la mesa de una biblioteca de la ciudad donde vivo y esperar a que
fueran a visitarme. En las bibliotecas puedes ser quien tú quieras. Desde Mary
Poppins hasta Matilda, Atreyu, Drácula o incluso Pippilotta Viktualia Rullgardina
Krusmynta Efraimsdotter Långstrump. Puedes ponerte botas de pelo, plumas,
zancos y sombreros. ¡Sombreros! ¡Eso es! Imagino a una pequeña lectora
acercándose a mí discretamente, atraída por los colores y formas de mi
sombrero:
—Sombrerera
loca, ¡qué fiesta más maravillosa! ¿Sería tan amable de servirme una taza de
té?
Yo se la
serviría con mucho gusto, poniendo cara de mujer refinada, y luego ambas
haríamos ruido al tragar. Sonaría algo parecido a glup glup glup. Y antes de
que nos diese tiempo de romper a reír de forma desenfrenada, aparecería el
bibliotecario, como surgido de la nada, que para eso poseen la facultad de
materializarse delante de ti en el momento más inoportuno, y nos advertiría de
que las bibliotecas no son merenderos. Hay que reconocer que son únicos
custodiando tesoros. Extraterrestres con el corazón rojo y brillante. Qué cosa
tan extraordinaria. ¡Feliz Día de la Biblioteca!
Texto:
Ledicia Costas / Ilustración: Elena Odriozola
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